Día 218
Comentando lo que me
despierta la lectura de:
Brown, Dan: El Código Da Vinci. Barcelona, Ediciones Urano (Books4pocket), Trad. Juanjo Estrella, 2003.
Brown, Dan: El Código Da Vinci. Barcelona, Ediciones Urano (Books4pocket), Trad. Juanjo Estrella, 2003.
Recientemente escribí
sobre las tumbas, en especial del panteón inglés situado en Real del Monte
Hidalgo, México. Pensar que la muerte pueda ser adornada con tan bellas
esculturas e imágenes es algo que va más allá de toda imaginación. El deseo por
preservar, la memoria y el cariño por nuestros seres queridos, puede llegar a
ser tal que se convierten en obras de arte.
Así que si se trata de majestuosas tumbas sólo basta con ver esta:
“ Sabía que no era
buena idea ponerse a buscarla por todo el templo. Westminster era un laberinto
de mausoleos, capillas y nichos. […] Siguiendo la tradición arquitectónica, la
abadía tenía la forma de un enorme crucifijo […]” (p.583)
¿A quién pertenece
esta? A Isaac Newtón (1643-1727) y se encuentra el Londres, Inglaterra. Recordemos
que este físico, teólogo, filósofo, matemático, etc. Es a quien se le da el
reconocimiento del descubrimiento de la ley de gravedad, que ha sido la base
para posteriores avances no sólo científicos, sino también tecnológicos, entre
muchos otros estudios, descubrimientos e invento.
Un personaje de tal
talla es merecedor de una sepultura como esta. Su esplendor es tal, que no
parece posible que lo sea, pero cuando uno lee sobre la vida y obra de este
personaje peculiar, logra entender el por qué de tan elaborada obra póstuma.
¿Te imaginabas la tumba de Isaac Newton así? Yo no y me encanta.[1]
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