Día 46
Lectura:
Flores Olea, Víctor: Tres historias de mujer. México, FCE, 1998.
¿Cómo
eres como hijo? ¿Cómo son o serán nuestros hijos? ¿Cuándo un padre está
contento con lo que son sus hijos? Es una pregunta difícil de responder, más si
pensamos en que esto no depende de gustos, sino de educación. En el caso de
Raquel, nuestra monja –como lo comenté días antes- es una mujer educada
libremente, que la dejaba leer, correr, convivir con la servidumbre su mamá,
pero su padre no.
“[…]
don Santiago vivió como si él fuera el autor material de esos pecados y el
transgresor del orden de la naturaleza. […]esta grave sensación contradictoria,
que lo angustiaba aun más y lo ponía ante el espejo de su propia alma
distorsionada y de sus propias caídas inconfesables, lo conducían a laberintos
morales sin salida, sin escapatoria […]
un día, allá en el más perdido rincón de su cerebro, anidó
don Santiago la idea secreta y apenas tolerable de que ese fruto de su carne debía un día aislarse y separarse del mundo, para el bien de las demás almas buenas, y desde luego para el descanso de su propia conciencia.[…]” (pp.35-36)
un día, allá en el más perdido rincón de su cerebro, anidó
don Santiago la idea secreta y apenas tolerable de que ese fruto de su carne debía un día aislarse y separarse del mundo, para el bien de las demás almas buenas, y desde luego para el descanso de su propia conciencia.[…]” (pp.35-36)
El
padre de Raquel siente que su hija es el “demonio mismo” en mujer, porque ¿cómo
eran posible que su hija fuera tan sociable, platicadora, desinhibida? Si nos
damos cuenta, en realidad el padre se refleja en su hija. Cree que al igual que
él, ella tiene un alma impura –recordemos que el papá tenía amoríos con una
mujer de uno de los integrantes del gabinete virreinal-.
¿Cuántas
veces los hijos no reflejan a los padres? ¿Cuántas veces los padres no se
reflejan en sus hijos? En este caso el padre ve lo que quiere ver e interpretar
de Raquel. Así que el hecho de que una hija tenga un carácter tan alegre, en éste
y en muchos otros tiempos, era motivo de vergüenza para los padres, porque no
era la forma en que una “señorita decente” se tenía que comportar. Yo soy
entonces una indecente, porque nunca cumplí con lo establecido para ser una
chica así. Pero por fortuna no tengo unos padres con estos prejuicios. Así que
si tu eres una de las mías, date por bien afortunada, que no dudo que aún haya
padres que crean que sus hijas son de “cascos ligeros” sólo por ser alegres y
platicadoras.
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