Día 307
Comentando lo que me
despierta la lectura de:
Sheldon, Sidney: Si hubiera un mañana,
Buenos Aires, Émece editores (La nación), 2009.
Sheldon, Sidney: Si hubiera un mañana,
Buenos Aires, Émece editores (La nación), 2009.
No hablaré de las
partidas de cara, como se podría interpretar, sino de los juegos adictivos de
las partidas de las barajas. Yo no acostumbro a jugar, pero seguramente las personas
que suelen hacerlo también me dirán que han recibido buenas partidas de
carteras, si es que apuestan, y también han ganado y perdido amigos en ellas.
El jugar, ya sea domino, billar o póquer hace que las personas se olviden de su
ahora, sus preocupaciones y se distraigan en el juego mismo.
“[…]
El señor Pope se pondría furioso. André sabía cual importante era para su
patrón la partida de póquer de los viernes por la noche. Era una tradición
sagrada, siempre con el mismo grupo selecto de jugadores […]” (p.123)
Por desgracia es difícil,
no para todos pero sí para un gran número, saber distinguir entre la sola
diversión y llega a hacerse un vicio, una obsesión el juego. ¿Cuántas personas
y familias han de haber padecido los estragos de una partida de póquer? Perder propiedades,
dinero y la propia dignidad, porque cuando se está muy metido en el juego, yo
creo que es casi igual que un adicto que ya no importa de dónde obtiene la
droga, sino consumirla.
Pero no todo el que
juega lo hace por adicción, muchos por convivir con amigos, familiares y
compañeros de trabajo. ¿Cuántos puestos de trabajo no se han definido así?
¿Cuántas familias y amigos se han unido más, o dividido según el caso, por una
buena o mala partida? Lo que si es un hecho es que con uno no basta para jugar,
es necesario por lo menos dos, y con esto lo hace un juego altamente social. ¿Nos
echamos una partidita?[1]
[1] La imagen fue tomada de http://www.cambio.com.co/entretenimientocambio/774/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_CAMBIO-4134253.html
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