Día 15
Lectura: Murakami, Haruki: Tokio Blues (Norwegian Wood). (Trad.
Lourdes Porta)
México, Tusquets Editores (3a edición), 2011.
México, Tusquets Editores (3a edición), 2011.
Sinopsis:
Mientras su avión aterriza en un aeropuerto europeo, Tõru Watanabe, de treinta
y siete años, escucha casualmente una vieja canción de los Beatles: de pronto,
la música de hace retroceder a su juventud, al turbulento Tokio de finales de
los sesenta. Recuerdo entonces, con melancolía y desasosiego, a la inestable y
misteriosa Naoko, la novia de su mejor –y único- amigo de la adolescencia, Kizuki,
y cómo el suicidio de éste les distanció durante un año, hasta que se reencontraron
en la universidad. Iniciaron allí una relación íntima, truncada, sin embargo,
por la frágil salud mental de Naoko, a quien hubo que internar en un centro de
reposo. Al poco, Watanabe se enamoró de Midori, una joven activa y resuelta. Indeciso,
acosado por los temores, Watanabe sólo experimentaba el deslumbramiento y el
desengaño allá donde todo debía cobrar sentido: el sexo, el amor y la muerte.
La insostenible situación le llevó entonces a intentar alcanzar el delicado
equilibrio entre sus esperanzas y la necesidad de encontrar su lugar en el
mundo.
INICIO
He
tenido la oportunidad de leer dos libros anteriormente de este gran autor: Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
y Kafka en la orilla. Me han gustado
y un dato curioso que noté en las primeras hojas es que a Murakami le gusta la
imagen de los pozos, esta sensación de obscuridad, profundidad como la muerte
misma.
Así
que este nuevo texto, Tokio Blues, al
igual que los otros dos, llegaron a mis manos como regalos. Cosa que ya se ha
convertido en una agradable costumbre; el pretexto puede ser cualquiera: mi
cumpleaños, el día del amor, aniversario, navidad, etc. Puedo decir por ello
que Haruki Murakami llegó a mi vida como un lindo regalo, y no lo digo sólo de
forma literal. El leer sus textos es un regalo que uno puede darse. Él es
famoso por su forma de escribir, sus descripciones sangrientas y explicitas,
pero estas son llevadas en contextos que son cien por ciento justificadas y
bien planteadas. En fin, empezaré a escribir ya sobre lo que me despertó lo
leído hasta ahora de este nuevo texto.
Y
al igual que miles de seguidores, aunque no soy fanática, me gusta escuchar en la radio todas las
mañana, a las ocho en punto, en Universal 92.1 FM, El club de los Beatles (http://universal921.mx/programas/club-beatles-manuel).
Así que al leer que el texto empieza con una escena en donde Watanabe, personaje
principal, está escuchando “[…] una interpretación ramplona de Norwegian Wood de los Beatles. La
melodía me conmovió como siempre. No. En realidad, me turbó […]” (p. 9) me hizo
correr a escucharla dicha canción y avivar mi interés ante el texto.
La
canción es el gran motivo para meternos en el ambiente de los recuerdos, que se
remonta a los años de la juventud de Watanabe, finales de los años 60´s:
“[…]
pensé en la infinidad de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé
en el tiempo perdido, en las personas
que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que
jamás volverán. […]” (p. 9 y 10)
Y
yo también pensé en ellos. En las canciones que me rememoraban mis recuerdos. Seguro
tu ahora también piensas en ellos, en hace uno o unos años atrás. La melancolía
y los recuerdos vienen a la mente. Pero como dice “La memoria es algo extraño […]”
(p. 11) porque yo he sentido lo mismo que describe: la sensación de que con el
tiempo los recuerdos se van borrando, las caras, las acciones, las palabras. No
es fácil recordar las cosas exactamente como fueron. Yo también soy de las personas
que tengo que escribir, como ahora lo hago, aunque apenas lo descubrí, para
comprender lo que pasó, lo que pasa y no pasará conmigo, con los demás o lo
demás.
Es
verdad, cuando uno recuerda, los recuerdos toman imágenes, sensaciones, olores
que en el momento no eran lo más importante. Uno puede ser casi consciente de
lo que sentía en el momento del recuerdo evocado, por ejemplo al estar en el bosque
platicando con un ser amado. En ese momento la persona o el tema, o uno mismo,
era lo importante pero ahora que es un recuerdo, lo importante, es el paisaje,
la sensación del viento, la canción escuchada, las flores u olores que
encerraban el momento. Los sentidos se imponen ante la mente. La mente recuerda
pero los sentidos reviven las sensaciones adquiridas, asociadas a ese recuerdo.
Seguro
te ha pasado como a mí, que si huelo la ensalada de zanahorias con mayonesa y
pasitas, recuerdo el frío del antecomedor de mis abuelitos, la luz entrando por
esa pequeña ventana en combinación con la oscuridad, y yo a la edad de unos
ocho años en la espera de poder sentarme a la mesa a comer, ya con los
cubiertos puestos en su lugar, “pellizcando” el refractario mientras mi
abuelita grita desde el cuarto aledaño, que es la cocina: “no metas la mano a
la ensalada, ya vamos a comer”. ¿Qué sensaciones
recuerdas?
El
otro día, en una plática de mesa con mi amiga Gabriela Hernández, decía ella
que tenía miedo del mal del Alzheimer, porque olvidaba cosas importantes
cotidianas, vivencias y datos del pasado. Yo también he sentido miedo a eso,
porque me pasa lo mismo, pero al leer este texto, me doy cuenta que la mente no
siempre recuerda lo que uno quiere, recuerda lo que tiene, tal vez lo que sí es
importante y no lo que queremos recordar. Así que termino con esa cita que bien
describe nuestro sentir:
“[…]
“¿No estaré olvidado la parte más importante? ¿Acaso no existe en mi cuerpo una
especie de limbo de la memoria donde todos los recuerdos cruciales van
acumulándose y convirtiéndose en lodo?” (p. 18)
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