Día 226
Comentando lo que me
despierta la lectura de:
Gottschalk, Maren: Reinas (Cinco soberanas y sus biografías), México, FCE (A través del Espejo), Trad. Ofelia Arruti 2010, 2003.
Gottschalk, Maren: Reinas (Cinco soberanas y sus biografías), México, FCE (A través del Espejo), Trad. Ofelia Arruti 2010, 2003.
Las expectativas,
deseos y anhelos que se depositan al tener un hijo varían de época en época, de
persona en persona. Algunos son motivados
por ilusiones infantiles, cánones sociales y/o de poder. Pero en la época en donde Europa tenía un gobierno
monárquico el deseo de tener un hijo, varón por supuesto, era más que una
ilusión, era una obligación. Así es
empieza la historia, como muchas otras, de la reina Cristina de Suecia
(1626-1689):
“Cuando la madre de
Cristina se entera de que no ha dado a luz un varón, dirige su dolor contra la
niña. La rechaza, la ignora por completo. Cristina asegura que sus hombros se deformaron
sólo por ese motivo, porque siendo bebé su madre la dejó caer intencionalmente.
[…](p.103)
Nacer mujer era un
gran problema, pero ser la única posible “heredera” era inconcebible. Por
desgracia esto no era sólo en esta época. Pensaríamos que con el paso de los
siglos esto debió de haber cambiado, pero la realidad no es así. Pensemos en el
hecho de que muchos hombres y mujeres, aún en la actualidad, desean que su
primer hijo sea varón, y si no llega a ser así, se sienten frustrados,
fracasados. Lo que hace la madre de Cristina es algo drástico, pero hay casos
similares o iguales de dramáticos actualmente: maltrato físico y psicológico a
los menores.
No olvidaré el día en
que mi hijo nació. Una señora a mi lado me dijo que iba a tener un niño. Horas
después pasó una enfermera a preguntar el nombre de los bebés, porque nos
dieron un recuerdo, y ella en tono de “desconcierto” le dijo: “no sé cómo se va
a llamar, porque yo esperaba un niño y nació niña.”[1]
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