Día 365+136
Comentando lo que me despierta la lectura de:
Muñoz Molina, Antonio: El dueño del Secreto. España,
Espasa Calpe, 1999.
Muñoz Molina, Antonio: El dueño del Secreto. España,
Espasa Calpe, 1999.
El
vivir y convivir con alguien, se supone que tendría que ser una de las cosas
más naturales del planeta, pero no es así. El tener que compartir con otro
nuestro espacio, es más complejo de lo que nos imaginábamos, aún siendo
nuestros padres o hijos, porque nos queremos sentir dueños de nuestro territorio;
proclamamos y exigimos nuestra privacidad a costa de lo que sea.
“[…] Las dos o tres primeras noches disfruté de estar
solo, de no aguantar sus bromas rústicas ni sus tentativas de adoctrinamiento
maoísta, pero muy pronto, como todavía ahora suele ocurrirme, la soledad me
desarmó hasta ese grado peligroso en lo que a uno le extraña el sonido áspero de
sus propia voz y le da miedo hasta bruzar una palabra con cualquier desconocido.[…]"
(p. 95)
Pero
cuando nos quedamos solos, pero verdaderamente solos en casa, nos sentimos mal,
desesperamos, desolados, tristes; por lo menos esto nos pasa en las primas
ocasiones, porque no dudo que con el paso del tiempo, podamos a llegar a
disfrutar nuestra soledad, pero no creo que sea tan sencillo como lo pensábamos,
como le pasó a este personaje de mi libro que cité antes. [1]
No hay comentarios:
Publicar un comentario