Día 365+184
Comentando lo que me despierta la
lectura de:
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
Cuando pensamos en lo que se “supone” una madre debe
tener la capacidad de dar a su hijo recién nacido, seguramente muchas, como me
pasó a mí, sentimos desesperación, tristeza y frustración al no sentirnos al
cien por ciento bien, lúcidas y alertas. ¿Pero de dónde viene estás ideas? Por
lo menos a mi me surgieron de lo que oyes de otras madres, desde el momento en
que uno entiende, o cree, que debe sentir un flechazo de amor por el hijo, y lo
primero que se nos viene en la mente a muchas es temor. Y cuando pasamos en la
lactancia, las cosas son muy similares.
“[…] La
lactancia es también una servidumbre agotadora […] la subida de esta es dolosa,
va con frecuencia acompañada de fiebre y
la madre alimenta al recién nacido con detrimento de su propio vigor. […]” (p.
41)
Yo recuerdo que me cuestionaba mucho del ¿por qué me
dolía tanto el amantar? ¿qué no se suponía que tendría que ser algo no
doloroso, natural? Lloré y desesperé. Pero ahora entiendo que todos estos
sentimiento tienen mucho que ver con el hecho de los ideales que nos hacemos en
combinación con todos los cambios hormonales que vivimos en el momento. Muchas
mujeres en el posparto somos un remolino de sentimientos, emociones y cambios
corporales, y además, como fue en mi caso, dolor inicial (como un mes) para
lograr acostumbrar a mis pezones a la lactancia.
Así que si tú te sentiste igual que yo, no creo que
tengamos que avergonzarnos por decirlo, porque estoy casi segura que mucha lo
hemos experimentado igual, pero que en ocasiones no lo decimos por no sentirnos
malas mamás. [1]
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