Día 365+46
Comentando lo que me despierta la lectura de:
Piera, Gustavo: La travesía. 18 claves para llegar a buen puerto. Barcelona, Alienta Editorial, 2006.
Piera, Gustavo: La travesía. 18 claves para llegar a buen puerto. Barcelona, Alienta Editorial, 2006.
Esta parte de mi actual lectura me hizo recordar algo de
mi infancia –que por suerte no fue muy frecuente- que es el que te comparen con
otros niños, jóvenes o adultos, ya sea con el hermano, primos, amigos, vecinos, etc. Que si son de la
misma o casi de la misma edad, que este ya camina, ya habla, ya avisa del baño –cuando
son bebés-; ya estando en la escuela, que si ya sabe las tablas, o es más
sociable, lee mejor, etc.; y de adolescentes si ya tienes el periodo, o está
más grande y desarrollado, si va a ir a la preparatoria tal, etc. Es un
comparar voraz que lo único que lleva es a la baja autoestima, y una competencia
absurda.
“Los padres comparan a los hijos porque piensan
equivocadamente que es una manera de motivarlos a mejorar. Las comparaciones,
lejos de estimularlos, los desalientan y los hacen pensar que entonces no tiene
un valor propio.[…]” (p. 184)
La intención tal vez es buena, pero el medio es erróneo.
Todos aquellos que en algún momento, con mayor o menor frecuencia, lo vivieron,
entenderán lo que se siente y que gran razón tiene la anterior cita. No basta
con intentar evita no comparar a nuestros hijos, sino que tenemos que sacar de
nuestra mente, como padres, esa semilla que nos hace, consciente o inconscientemente,
estar más pendiente en las similitudes y diferencias entre nuestros hijos y los
ajenos, y ver más sus cualidades y ayudarlos a corregir sus defectos. [1]
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