Día 365+139
Comentando lo que me despierta la lectura de:
Muñoz Molina, Antonio: El dueño del Secreto. España,
Espasa Calpe, 1999.
Muñoz Molina, Antonio: El dueño del Secreto. España,
Espasa Calpe, 1999.
Un
secreto que es contado deja de ser secreto para convertirse en un chime. Los
chismes, a diferencia de los secretos, son públicos, se trasmites de boca en boca
y tiene la peculiaridad de ser cambiantes de hablante en hablante, ya que se le
puede quitar o poner más a la historia que se trasmite. Los secretos deberían de ser eso, algo que se
mantiene escondido, resguardado, oculto a la mirada de la gente, aunque hay
secreto de familia, de estado, laborales, o sea que sólo es compartido por un
número pequeños de conocedores, pero que a su vez los conocedores de dicho
secreto no platican entre ellos.
“[…] le pregunté que si se sentía seguro de guardar un
secreto, de no repetirse a nadie, absolutamente a nadie, bajo ningún concepto,
en ninguna circunstancia, aunque lo torturaran, ni una sola de las palabras que
yo le iba a decir. […]" (p. 121)
Pero
la pregunta que me inunda ahora es la de saber qué pasa con el que poseen un secreto y lo cuentan a un
segundo, y este a su vez lo cuenta a un tercero, y este otro a un cuarto, y de
esta forma se hace una cadena tan larga que se convierte en un chisme, ¿quién
es más culpable? ¿El primero que lo cuenta, el segundo, o todos los demás? Esto
es una cadena de responsabilidades, y creo que en este punto, de pasar de
secreto a chisme, todos lo son, porque nadie tuvo la prudencia de
verdaderamente guardarlo y romper con dicha cadena. Así que yo aconsejo, como
hace algunos años en la televisión, “cuéntaselo a quien más confianza le
tengas”.[1]
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