Día 365+323
Comentando lo que me despierta la
lectura de:
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
Como
he comentado en anteriores entradas, las mujeres son objetivadas –vista y
tratadas como objetos- en un sistema machista y esto lo podemos ver desde el
momento en que no tiene poder de decisión, hacen lo que el padre o hermanos
dicen. Cuando contraen matrimonio este poder de mandar a la mujer pasa a manos
del hombre, que no sólo es el que dicta las normas de la casa, sino que también
dicta las normas de la cama. La sexualidad es para él activa y para ella
pasiva; el tiene que dominar y ella ser dominada.
“[…] en la
mayoría de las mujeres se ha desarrollado también desde la infancia una
sexualidad pasiva: a la mujer le gusta ser abrazada y acariciada, y, sobre todo
desde la pubertad, desea hacerse carne entre los abrazos de un hombre, a quien
normalmente corresponde el papel de sujeto; […]” (p.318)
La pasividad sexual en una mujer es algo que se enseña y
se aprende, desde la casa con la madre, en la escuela con las amigas y más
adelante con todas las demás mujeres de la sociedad que dictan que lo que una
mujer “debe” y no debe hacer en la intimidad con un hombre. Dentro de las
normas que una mujer sigue, consciente o inconscientemente desde su niñez, es
que no se pueden tocar ella misma sino que debe ser tocada, no puede llevar la
iniciativa, él lo debe de hacer, etc. Podemos poder aquí una serie de normas
que nos conducen a la pasividad de la mujer, papel que debe de jugar una mujer
en una relación de dominio. ¿Consideras que este modelo continúa actualmente en
nuestras mujeres? Yo creo que sí, y más de lo que imaginamos. [1]
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