martes, 24 de abril de 2012

Los hábitos, de las monjas


Día 42

Lectura: Flores Olea, Víctor: Tres historias de mujer. México, FCE, 1998.


Es extraño cuando uno se encuentra a una monja, ya sea en el trasporte público, haciendo sus compras, etc. ¿No te ha pasado? El verla con aquella indumentaria, las hacen ser diferente a la mayoría de las demás personas. Así que despiertan la curiosidad de chicos y grandes, saltan a la vista. Pero ¿qué significa el hábito en una monja? Por lo poco que sé, y no logré encontrar nada en concreto en internet, tiene un sentido de total entrega a Dios. Al ser su “esposa” se guarda toda relación con el mundo exterior, y eso implica el ocultamiento del cuerpo. ¿Es correcto?

Raquel, el personaje principal de esta primera historia, al ver a sus dos compañeras, también iniciadas al mismo tiempo que ella, sintió que le  


“[…] había disgustado el tufillo rancio de aquellos cuerpos enclaustrados, nunca expuestos a las caricias del viento, a los rayos del sol, al sabor de la yerba mojada junto al arroyo. En cambio ella […] desde sus primeros pasos aprendió a ventilar la figura, a mostrar el garbo, a revelar la gracia, a perfumar los hombros, a ceñir la cintura, a modelar el porte. […]” (p.13)


Así que pensemos en una chica que le gusta vivir libremente, sin las ataduras de un hábito. Trato de imaginar la infelicidad al portar algo con lo que uno no se siente a gusto, con lo que no es simpatizante. Siento que Raquel experimenta esto: un total desagrado a la rigidez de su nueva vida, empezando por la vestimenta, ante una vida que no es hasta dos semanas antes de ser monja. Es como si uno fuera obligado a portal algo que no siente como de  uno.

“[…] Quien había notado su irreflexivo orgullo, particularmente Dolores, su nana, le repetían que ése no era el recto camino, ni la dirección debida, ni el mesurado rumbo de la salvación; que la integridad de la fe exigía el olvido y la renuncia, el desvanecimiento de las altaneras formas del mundo y la vuelta a la última altivez posible: la del alma. […]”(pp.13-14)

Es ocultar lo carnal para sólo exaltar la pureza del alma. Ahora, si un hábito nos hiciera ser buenos seres humanos, todos deberíamos de usar uno. Tal vez por eso no es así, tal vez por esto sólo unos pocos se atreven a usarlo, porque es aceptar abiertamente un compromiso, una postura, una ideología, una fe.

Sé que el brinco que voy a hacer puede sonar abismal, pero si esto lo trasladamos a nosotros, y nos preguntamos ¿estás a gusto con lo que portas? ¿Refleja lo que eres, lo que piensas? ¿Qué contestarías? No hablo de una superficialidad de  la “moda”, sino de un verdadero sentido al portar un anillo, talismán, crucifijo, una playera con cierto mensaje, etc.  ¿Portarías algo emblemático para ti? O ¿ya lo portas y qué sentido tiene?

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