Día 43
Lectura:
Flores Olea, Víctor: Tres historias de mujer. México, FCE, 1998.
Raquel
vive en un mundo, como el de nosotros, en donde las viejas y nuevas creencias,
costumbres e ideas están en constante disputa; esto lo podemos notar en la
forma que su mamá es y se comporta frente a ella:
“[…]al
revés de los demás, su madre no renegaba de sus debilidades con la misma
vehemencia que los otros mayores, cuando ambas se refugiaban en el saloncito de
la esquina alta de la casona, pletórico de libros, platicando largo y bordando
las dos y leyendo al paso de las horas, elaboras conversaciones oblicuas que
iluminaban a Raquel sobre las razones que esgrimían quienes calificaban a la
madre como extraña a la época en que vivía por sus opiniones y manera, sin
correspondencia con las más aceptadas tradiciones, con exagerados ánimos de
novedad y raras libertades. […]” (p.14)
Si
partimos de que la primera educación la recibimos en la familia, podemos
entender cómo nos compartamos ante los demás. Por esto puedo comprender el
comportamiento de Raquel (así como de muchas otras personas que conozco), sus
constantes cuestionamientos, molestias, quejas y hastíos ante lo que vive en su
iniciación de monja. Porque gracias a su madre puede tener un punto de
comparación con lo que vive en ese momento.
“[…]Raquel
no dejó de pensar en dos ideas contrapuestas, imposibles encajar en su reducida
experiencia: sus padres y las monjas de Santa Rosa de Viterbo, en Querétaro, le
habían repetido incontables veces, durante años, que tal día estaba llamado a
ser el más feliz de su vida, […] sin embargo el pastor más alto de la religión
apenas se había dirigido a ellas […] estaba desconcertada y hubiera querido
alguna explicación; ella estregaba su vida a una causa y se la recibía por el jefe
visible de esas causa con distancia y estorbo […] (pp. 23-24)
¿Puedes
recordar cuando eras un adolescente? Este tipo de dudas, preguntas, reproches
era común: que si se dice una cosa y se hace otra, que si siempre se enseño X
cosas y resulta que no es lo correcto, etc. Este temperamento que muestra
Raquel es el de cualquier digno adolescente, que cuestiona todo lo establecido,
todo lo marcado como fijo, lo no cuestionable. Sin embargo noto en Raquel una
forma muy madura de pensar:
“[…]
Raquel, en fragmento brevísimo del tiempo, aprendió que las vehementes
decisiones están vinculas inalterablemente a la persona en su interior […] y
que el fin de la infancia estriba precisamente en esa distancia ineluctable, en
ese alejamiento de cualquier nido para pilotear la conducta sin auxilio de
fuera […] para atrapar la meta, sino que ésta descansa perpetuamente en el
conveniente estímulo y acción de la propia voluntad […]”(p. 24)
¿Cuántos
de nosotros llegamos a este tipo de conclusiones? Sí lo vemos fríamente, muchos
nos quedamos “atorados” en la trampa de los amigos, la familia, los prejuicios,
la moda, etc. Pensar que uno y nada más que uno es el responsable de llevar a
cabo las metas que nos ponemos, en aceptar el compromiso de nuestra
independencia e individualidad, no es cosa fácil. Las circunstancias pueden ser
adversas, como en el caso de Raquel, o favorables, como a muchos de nosotros
nos pasó, pero lo importante es asumir las riendas de nuestras decisiones, de
nuestra alma. ¿Eres responsable de ti? O ¿todo el tiempo le echas la culpa a
los demás de tus aciertos y desaciertos? Porque no olvidemos que nosotros, como
la mamá de Raquel, somos la imagen y enseñanza del prójimo, porque no es sólo
un papel de los padres con sus hijos, sino de todos con todos.
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