miércoles, 25 de abril de 2012

El fin de la infancia


Día 43

Lectura: Flores Olea, Víctor: Tres historias de mujer. México, FCE, 1998.

Raquel vive en un mundo, como el de nosotros, en donde las viejas y nuevas creencias, costumbres e ideas están en constante disputa; esto lo podemos notar en la forma que su mamá es y se comporta frente a ella:

“[…]al revés de los demás, su madre no renegaba de sus debilidades con la misma vehemencia que los otros mayores, cuando ambas se refugiaban en el saloncito de la esquina alta de la casona, pletórico de libros, platicando largo y bordando las dos y leyendo al paso de las horas, elaboras conversaciones oblicuas que iluminaban a Raquel sobre las razones que esgrimían quienes calificaban a la madre como extraña a la época en que vivía por sus opiniones y manera, sin correspondencia con las más aceptadas tradiciones, con exagerados ánimos de novedad y raras libertades. […]” (p.14)

Si partimos de que la primera educación la recibimos en la familia, podemos entender cómo nos compartamos ante los demás. Por esto puedo comprender el comportamiento de Raquel (así como de muchas otras personas que conozco), sus constantes cuestionamientos, molestias, quejas y hastíos ante lo que vive en su iniciación de monja. Porque gracias a su madre puede tener un punto de comparación con lo que vive en ese momento.

“[…]Raquel no dejó de pensar en dos ideas contrapuestas, imposibles encajar en su reducida experiencia: sus padres y las monjas de Santa Rosa de Viterbo, en Querétaro, le habían repetido incontables veces, durante años, que tal día estaba llamado a ser el más feliz de su vida, […] sin embargo el pastor más alto de la religión apenas se había dirigido a ellas […] estaba desconcertada y hubiera querido alguna explicación; ella estregaba su vida a una causa y se la recibía por el jefe visible de esas causa con distancia y estorbo […] (pp. 23-24)

¿Puedes recordar cuando eras un adolescente? Este tipo de dudas, preguntas, reproches era común: que si se dice una cosa y se hace otra, que si siempre se enseño X cosas y resulta que no es lo correcto, etc. Este temperamento que muestra Raquel es el de cualquier digno adolescente, que cuestiona todo lo establecido, todo lo marcado como fijo, lo no cuestionable. Sin embargo noto en Raquel una forma muy madura de pensar:

“[…] Raquel, en fragmento brevísimo del tiempo, aprendió que las vehementes decisiones están vinculas inalterablemente a la persona en su interior […] y que el fin de la infancia estriba precisamente en esa distancia ineluctable, en ese alejamiento de cualquier nido para pilotear la conducta sin auxilio de fuera […] para atrapar la meta, sino que ésta descansa perpetuamente en el conveniente estímulo y acción de la propia voluntad […]”(p. 24)
¿Cuántos de nosotros llegamos a este tipo de conclusiones? Sí lo vemos fríamente, muchos nos quedamos “atorados” en la trampa de los amigos, la familia, los prejuicios, la moda, etc. Pensar que uno y nada más que uno es el responsable de llevar a cabo las metas que nos ponemos, en aceptar el compromiso de nuestra independencia e individualidad, no es cosa fácil. Las circunstancias pueden ser adversas, como en el caso de Raquel, o favorables, como a muchos de nosotros nos pasó, pero lo importante es asumir las riendas de nuestras decisiones, de nuestra alma. ¿Eres responsable de ti? O ¿todo el tiempo le echas la culpa a los demás de tus aciertos y desaciertos? Porque no olvidemos que nosotros, como la mamá de Raquel, somos la imagen y enseñanza del prójimo, porque no es sólo un papel de los padres con sus hijos, sino de todos con todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario