Día 365+251
Comentando lo que me despierta la
lectura de:
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
Seguramente
si le preguntamos a una ama de casa, o amo (que hay pocos pero los hay), si la
jornada laboral en ella es fácil nos contestarán que no, que es repetitiva,
cansada, inagotable; que cuando creen que ya han acabado, de nuevo se
encuentran con trastes sucios, ropa para lavar, polvo que sacudir, hacer la
comida para el otro día, etc. Y no es difícil imaginarlo porque todos hemos
tenido la oportunidad, en pequeña o grande, de estar en la rutina hogareña, en
unas vacaciones, convalecencia, etc.
“[…] cuando el
hombre regresa por la tarde a su casa, ya está anclado en la tierra; gracias a
la mujer, está asegurada la continuidad de los dúas; cualquiera que sean los
azares que afronte en el mundo exterior, ella garantiza la repetición de las
comidas, de los sueños; ella repara todo cuanto la actividad destruye o gasta:
prepara los alimentos del trabajador fatigado, lo cuida si está enfermo,
remienda, lava. […] (p.180)
Pero
las rutinas no siempre son desagradables o catastróficas; la rutina nos da
también seguridad, estabilidad y tranquilidad, que es lo que podemos notar en
la anterior cita, por ello creo que cuando el hijo, el marido o la esposa
llegan a casa y encuentran hecho lo que es parte de la rutina, tendidas las
camas, hecha la comida, la ropa limpia, etc. Se sienten anclados a la tierra,
con una base firme y segura. ¿Quiénes no deseamos esto? Yo creo que la mayoría.
Así que tendremos que pensar cómo lograrlo aunque no haya alguien todo el día
en el hogar, y evitando la “esclavitud”, en especial, de las mujeres; es bueno
aclarar que este ambiente de estabilidad no se respira en todos los hogares,
aunque haya ama o amo de casa ¿verdad?[1]
No hay comentarios:
Publicar un comentario