domingo, 29 de diciembre de 2013

Tú eres mi ídolo, mi ser, no dejes de abrazarme

Día 365+292
Comentando lo que me despierta la lectura de:
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.





Soñar con tener al lado a un príncipe azul, imaginar que algún día llegará el hombre ideal, el salvador, el que será capaz de tratarnos como una reina, aquel que nos amará hasta que la muerte nos separe, en las buenas y en las malas… estos y muchos otros son los castillo que muchas mujeres llegamos a sentir o que aún lo sienten, esta idea de que en algún momento la existencia tendrá sentido con la sola llegada de aquel. Pero los  hombres, al igual que las mujeres, al ser seres humanos tienen virtudes y defectos que no les permite ser cien por ciento perfecto e ideal, y en algunos hasta llega a pesar más lo negativo que lo positivo, en especial si hablamos de sexualidad, y es en este punto en donde creo que a muchas mujeres nos faltó o falta, por estar enceguecidas por las ilusiones, saber que no toda muestra de amor y cariño sincero se traduce en sexo.



“[…] Presiente que, bajo sus caricias, se sentirá trasportada por la gran corriente de la Vida, como en los tiempos en que reposaba en el regazo materno; sometida a su dulce autoridad, encontrarás la misma seguridad que en los brazos de su padre: la magia de los abrazos y de las miradas la petrificará de nuevo en ídolo.[…]” (p.269)



Las caricias que muchos deseamos, porque no es sólo exclusivo de mujeres aunque mucho hombres lo nieguen, pueden llegar a ser un arma de doble filo, porque al sentir afecto por alguien podemos llegar a creer que es el amor de nuestra vida, nuestra estabilidad, la felicidad misma, pero no nos damos cuenta que en realidad estamos perdiendo de vista lo que es verdaderamente importante. Los abrazos y caricias de un hombre son reconfortante, sean  o no de nuestra pareja, pero cuando estas se vuelven el centro mismo de nuestra vida, lo que nos da sentido y seguridad entonces se convierte aquel que nos lo da en nuestro ídolo, y conveniente o no podemos aferrarnos a él. ¿Cuántas mujeres hemos permitido carias que seguramente no deseábamos, inicialmente, pero que tiempo después las pedimos a gritos? ¿Cuántas no hemos dejado de lado el amor propio y la dignidad por una caricia que esta sujetada por ilusiones? [1]














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