El primer beso

Día 33

Lectura: Murakami, Haruki: Tokio Blues (Norwegian Wood). (Trad. Lourdes Porta) 
México, Tusquets Editores (3a edición), 2011.

¿Recuerdas la primera vez que te besaron? ¿Quién fue? Yo tengo la idea que fue cuando tenía como seis años, precozmente, con un niño de mi edad, mi “novio” que se llama René. Mi recuerdo es muy vago, pero no es malo, al contrario, creo que fue beso de pollitos, como decimos. Sé que hay personas a las que no les fue nada bien, y hay uno que otro caso escalofriante. Por eso ahora que estaba leyendo que una amiga de Watanabe (recuerden que es el personaje principal de la lectura que me inspira estas reflexiones –ve arriba la referencia-) que le decía:

“[…] Me hubiera encantado que aquél fuera el primer beso que me daba un chico. Si pudiera cambiar el curso de mi vida, haría que ese fuera mi primer beso. Sin dudarlo. Y viviría el resto de mi vida pensado: <<¿Qué debe de estar haciendo ahora Watanabe, aquel chico que me dio mi primer beso una tarde en el terrado de mi casa? ¿Qué habrá sido de él ahora que ha cumplido cincuenta y ocho años”>>. […]” (p.227)

Pensaba si era posible cambiar nuestra historia. Cada uno de nosotros sabes cómo es la nuestra: bonita, fea, alegre, melancólica, etc. ¿Y si nos inventáramos una historia nueva? Se me viene en este momento a la mente la película El Gran Pez, para todos los que la hayan visto recordarán que el abuelo moribundo es lo que hace. En el fondo es la historia real, pero con tintes de fantasía, más divertida. ¿No podríamos hacer eso? Tal vez nos tildarían de mentirosos, fantasiosos, chismosos. Pero si como comenté en días anteriores que la gente miente, ¿por qué no mentir para bien? Así es, si la experiencia del primer beso, o de lo que sea, fue traumática, porque no engañar a la mente, para que no sea ya traumática, haciendo una nueva historia. ¿Se vale? O ¿nos haremos daño? Si nos creemos la historia, no creo porque habremos de enfermarnos. Al final qué podemos perder, bien valdría la pena intentarlo.