lunes, 13 de agosto de 2012

La obscuridad


Día 153
Comentando lo que me despierta la lectura de:
 Huxley, Aldous: Un mundo feliz. Madrid, El mundo (Millenium), 1999.


Recuerdo los años de mi infancia cuando viví en Texcaltitlán, Estado de México, en especial en aquellas noches caminando por sus calles oscuras o casi obscuras, porque había muy poco alumbrado público y en algunas ocasiones eran largos caminos en penumbras.


“- Lo encuentro horrible- dijo Lenina apartándose de la ventanilla. Sintió temor ante aquel huidizo vacío de la noche, el oleaje negro, espumoso y la pálida faz de la luna, macilenta y triste entre las nubes en fuga-[…]” (p.116)


Solo que a diferencia de la anterior cita no recuerdo sentir temor. Bueno, las primeras veces que nos agarraba la noche a obscuras, jugando escondidillas a todos los niños, sí sentí temor, pero con el paso de los años ese miedo se convirtió en gusto por la obscuridad. Recuerdo que era fascinante poder ver entre los tonos negros y obscuros de la noche el camino alumbrado sólo por la luna; además era mágico en temporada de luciérnagas; parecía como si las estrellas estuvieran volando a nivel bajo; o el pasar cerca de un río y tratar de enfocar al agua en su flujo, con el aire y el ruido de su pasar.


Así que la obscuridad tiene sus matices que si los vemos en su estado natural son más que maravillosos.[1]














[1] La ilustración mostrada fue tomada de http://fluyendoconloquees.blogspot.mx/2010/01/miedo-la-oscuridad.html

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