jueves, 1 de noviembre de 2012

¿Escuchas?


Día 232
Comentando lo que me despierta la lectura de:
 James, Henry: Otra vuelta de tuerca, Madrid, Unidad Editorial (Millenium, las 100 joyas del milenio), Trad. Domingo Santos, 1999.


Muchos de nosotros estamos acostumbrados a vivir en casas o departamentos pequeños, es raro, casi imposible, que en una ciudad, llena de tantas personas y ruidos, encontremos esas grandes casas (algunas con sótanos y grandes extensiones de jardín) donde lo que más imperaba era el silencio. Ahora vivimos tan juntos que podemos casi, casi escuchar hasta cuando el vecino entra al baño. Pero no siempre fuimos tantos habitantes, ni viviendo en espacios tan reducidos y juntos, antes era todo lo contrario. Imagínate una casa que es tan grande que es más como un castillo, con habitaciones frías por su amplitud, corredores tan largos que uno siente perderse en ellos y todo en un gran silencio donde es posible oír hasta el aire.


 “[…]Por un momento, me pareció reconocer, débil y lejos, el grito de un niño; luego, al borde de la conciencia, delante de mi puerta. Pero ninguna de esas impresiones fue lo bastante fuerte como para tenerlas en cuenta, y es sólo a la luz, o a la oscuridad diría mejor, de otros y posteriores acontecimientos que acuden ahora a mi memoria.[…] ”(p.20)


En un lugar tan grande, ¿es posible imaginar sonidos, sombras? o ¿sólo será parte de nuestro temor, sugestión, imaginación? Si nosotros, en nuestros pequeños espacios creemos oír, sentir y ver cosas que no son parte del ambiente ¿cómo no podría ser así, o hasta peor, en lugares más grandes y obscuros? O ¿será, a caso, que con el constante ruido e iluminación, en que vivimos actualmente, disfraza todo aquello que nos pone a temblar? Por si acaso, yo te recomiendo prender la luz y hablar aunque sea sólo para ir al baño o por un vaso de agua, digo, no vaya a ser que también te pase lo mismo que en la nota anterior. [1]



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