Día 232
Comentando lo que me
despierta la lectura de:
James, Henry: Otra vuelta de tuerca, Madrid, Unidad Editorial (Millenium, las 100 joyas del milenio), Trad. Domingo Santos, 1999.
James, Henry: Otra vuelta de tuerca, Madrid, Unidad Editorial (Millenium, las 100 joyas del milenio), Trad. Domingo Santos, 1999.
Muchos de nosotros
estamos acostumbrados a vivir en casas o departamentos pequeños, es raro, casi
imposible, que en una ciudad, llena de tantas personas y ruidos, encontremos
esas grandes casas (algunas con sótanos y grandes extensiones de jardín) donde
lo que más imperaba era el silencio. Ahora vivimos tan juntos que podemos casi,
casi escuchar hasta cuando el vecino entra al baño. Pero no siempre fuimos
tantos habitantes, ni viviendo en espacios tan reducidos y juntos, antes era
todo lo contrario. Imagínate una casa que es tan grande que es más como un castillo,
con habitaciones frías por su amplitud, corredores tan largos que uno siente
perderse en ellos y todo en un gran silencio donde es posible oír hasta el
aire.
“[…]Por un momento, me pareció reconocer,
débil y lejos, el grito de un niño; luego, al borde de la conciencia, delante
de mi puerta. Pero ninguna de esas impresiones fue lo bastante fuerte como para
tenerlas en cuenta, y es sólo a la luz, o a la oscuridad diría mejor, de otros
y posteriores acontecimientos que acuden ahora a mi memoria.[…] ”(p.20)
En un lugar tan
grande, ¿es posible imaginar sonidos, sombras? o ¿sólo será parte de nuestro
temor, sugestión, imaginación? Si nosotros, en nuestros pequeños espacios creemos
oír, sentir y ver cosas que no son parte del ambiente ¿cómo no podría ser así,
o hasta peor, en lugares más grandes y obscuros? O ¿será, a caso, que con el
constante ruido e iluminación, en que vivimos actualmente, disfraza todo
aquello que nos pone a temblar? Por si acaso, yo te recomiendo prender la luz y
hablar aunque sea sólo para ir al baño o por un vaso de agua, digo, no vaya a
ser que también te pase lo mismo que en la nota anterior. [1]
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