Día 365+118
Comentando lo que me despierta la lectura de:
Muñoz Molina, Antonio: El dueño del Secreto. España,
Espasa Calpe, 1999.
Muñoz Molina, Antonio: El dueño del Secreto. España,
Espasa Calpe, 1999.
Analizando
mi niñez he infancia, en el sentido económico familiar, para empezar claro está
que no tenía un empleo formal, el cual me diera ingresos fijos, pero sí
recuerdo que desde una temprana edad me ayudaron mis padres a tener algunos
dulces que vendía en la primaria; ya más grande vendí zapatos, chácharas y ropa
para tener algo de dinero. Mi familia nunca fue de darnos grandes lujos, en
primera porque no se tenía el recurso necesario para hacerlo y en segundo porque
no era lo mejor para nuestro desarrollo y educación.
[…] A los dieciocho años y en el estado de amarga
necesidad en que yo me encontraba, cualquiera que tuviese una vida decente me
parecía un potentado: incluso los compañeros de pensión que disfrutaban de un cuarto
individual ya les atribuía desmedidos privilegios sociales. […]" (p. 18)
No
puedo decir que me identifico fielmente con la anterior cita, pero sí puedo
decir que en algún momento de mi vida, sentía que alguien al tener una tarjeta
de crédito, un carro o cierta ropa, eran
"ricos", me engañaban las apariencias. Ahora entiendo que las cosas
son cosas y que la cantidad que se poseen no indica realmente la posición económica,
mucho menos humana, y siento que he comprendido que esto tampoco marca la
diferencia entre la felicidad y la tristeza porque hay quienes asombran con lo
que tienen y quienes se dan a querer por lo que son.[1]
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