martes, 9 de julio de 2013

Sólo son cosas que impresionan

Día 365+118
Comentando lo que me despierta la lectura de:
Muñoz Molina, Antonio: El dueño del Secreto. España,
Espasa Calpe, 1999.



Analizando mi niñez he infancia, en el sentido económico familiar, para empezar claro está que no tenía un empleo formal, el cual me diera ingresos fijos, pero sí recuerdo que desde una temprana edad me ayudaron mis padres a tener algunos dulces que vendía en la primaria; ya más grande vendí zapatos, chácharas y ropa para tener algo de dinero. Mi familia nunca fue de darnos grandes lujos, en primera porque no se tenía el recurso necesario para hacerlo y en segundo porque no era lo mejor para nuestro desarrollo y educación.



[…] A los dieciocho años y en el estado de amarga necesidad en que yo me encontraba, cualquiera que tuviese una vida decente me parecía un potentado: incluso los compañeros de pensión que disfrutaban de un cuarto individual ya les atribuía desmedidos privilegios sociales. […]" (p. 18)



No puedo decir que me identifico fielmente con la anterior cita, pero sí puedo decir que en algún momento de mi vida, sentía que alguien al tener una tarjeta de crédito, un carro o cierta ropa,  eran "ricos", me engañaban las apariencias. Ahora entiendo que las cosas son cosas y que la cantidad que se poseen no indica realmente la posición económica, mucho menos humana, y siento que he comprendido que esto tampoco marca la diferencia entre la felicidad y la tristeza porque hay quienes asombran con lo que tienen y quienes se dan a querer por lo que son.[1]











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