Día 365+241
Comentando lo que me despierta la
lectura de:
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
De Beauvoir, Simone: El Segundo Sexo. México,
Random House Mondadori (Debolsillo), 2013.
En
una sociedad donde las ideas que emanan del hecho de ser hombre son de
autoridad y dominio, porque él es el macho dominante que manda y rige a su
grupo, los lleva a querer ser poseedores de todo y todos. Como ya lo he
mencionado en otras entradas, las mujeres se convierten, en este esquema, no en
personas sino en objetos que se puede dominar, cambiar, tirara, golpear, etc.
Por este motivo no es extraño, que en este ambiente, los hombres creen que son
“dueños” de sus mujeres, y por esto pueden decidir sobre sus cuerpos, destinos
y mentes.
“[…] Uno de los
sueños del varón consiste en “marcar” a la mujer de manera que permanezca suya
para siempre; pero el más arrogante de ellos sabe muy bien que jamás le dejará
más que recuerdos y que las imágenes más ardientes resultan frías al precio de
una sensación.[…]” (pp.165-166)
Así
que no es de extrañarnos que cuando tenemos a un hombre dominante frente a una
mujer, la marque de alguna forma, como si fuera parte de su ganado, para ser
reconocida por otros machos dominantes. Muchas mujeres tenemos hullas de
hombres que decidieron usarnos como objetos, como parte de su propiedad, porque
como lo dije antes, al creernos de su propiedad piensan que es su el derecho el
marcar el cuerpo de la mujer: golpeando,
tatuando, rasgando, embarazando, etc. Y la mujer, al sentirse en un papel de
sumisión, acepta todo aquello que le es impuesto, porque no ve, o no sabe, que
se puede tener un trato digno como persona y no algo indigno como objeto. [1]
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