Día 7
Lectura: Herta
Müller: Todo lo que tengo lo llevo conmigo. Madrid, Santillana Ediciones
Generales (Punto de Lectura), 2011.
Al seguir leyendo
sobre el hambre que se vive en un campo de concentración de trabajo, me siento
obligada a hablar más del tema. Se me viene a la mente todos los platos con
comida que tiran en los restaurants. Mamás, papás, adolescentes, niños que
desperdician la comida porque “no les gustó”. Simplemente pienso en mí, trato
de no desperdiciar y siento feo tirar
algo, pero evito comer cosas como: patitas de pollo, cabezas, birria, víseras, guacal,
pellejos, etc. Pero cuando he llegado a tener mucha hambre bien que las he probar.
Si uno tiene de verdad hambre, no importa qué comer, aunque sean lombrices y
peor si es para no morir, hasta caer en canibalismo, como los sobrevivientes de
los Andes. En situaciones así, las buenas costumbres salen sobrando.
Parecería que es de
mala educación limpiar el plato, o comer todo, como si estuviera uno “muerto de
hambre”, valga la expresión. Se me vino a la mente la película Como agua
para chocolate que en una boda, donde la protagonista Tita, prepara unos
suculentos platillos, los invitados acaban con todo menos con el último chile
en nogada porque según era de mala educación no dejar algo. Aunque en la
realidad, cuando uno come poco, porque no hay, hasta cuenta lo comido; que
fulano se comió tantos tacos y yo llevo tantos. Mi abuelita nos regañaba, a mi
hermana y a mi por hacerlo, nos decía “la comida no se cuanta”. Me imagino que
esto es porque si uno la cuanta, es más consciente de lo poco que comemos, de
lo pobre que es uno:
“[…] Yo sorbo
ruidosamente en alto, necesito oír la sopa. Me obligo a no contar las
cucharadas. A ojo serán más de 16 o 19. Tengo que olvidar estas cifras.” (p.
109)
Es mejor no hacerlo,
o ¿será que decimos que es de mala educación por no decir que es desnutrición?
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