martes, 20 de marzo de 2012

Del pan propio al pan de mejilla y más capítulos.


Día 7

Lectura: Herta Müller: Todo lo que tengo lo llevo conmigo. Madrid, Santillana Ediciones Generales (Punto de Lectura), 2011.

Al seguir leyendo sobre el hambre que se vive en un campo de concentración de trabajo, me siento obligada a hablar más del tema. Se me viene a la mente todos los platos con comida que tiran en los restaurants. Mamás, papás, adolescentes, niños que desperdician la comida porque “no les gustó”. Simplemente pienso en mí, trato de no desperdiciar y siento  feo tirar algo, pero evito comer cosas como: patitas de pollo, cabezas, birria, víseras, guacal, pellejos, etc. Pero cuando he llegado a tener mucha hambre bien que las he probar. Si uno tiene de verdad hambre, no importa qué comer, aunque sean lombrices y peor si es para no morir, hasta caer en canibalismo, como los sobrevivientes de los Andes. En situaciones así, las buenas costumbres salen sobrando.

Parecería que es de mala educación limpiar el plato, o comer todo, como si estuviera uno “muerto de hambre”, valga la expresión. Se me vino a la mente la película Como agua para chocolate que en una boda, donde la protagonista Tita, prepara unos suculentos platillos, los invitados acaban con todo menos con el último chile en nogada porque según era de mala educación no dejar algo. Aunque en la realidad, cuando uno come poco, porque no hay, hasta cuenta lo comido; que fulano se comió tantos tacos y yo llevo tantos. Mi abuelita nos regañaba, a mi hermana y a mi por hacerlo, nos decía “la comida no se cuanta”. Me imagino que esto es porque si uno la cuanta, es más consciente de lo poco que comemos, de lo pobre que es uno:

“[…] Yo sorbo ruidosamente en alto, necesito oír la sopa. Me obligo a no contar las cucharadas. A ojo serán más de 16 o 19. Tengo que olvidar estas cifras.” (p. 109)

Es mejor no hacerlo, o ¿será que decimos que es de mala educación por no decir que es desnutrición?

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