Lectura:
Murakami, Haruki: Tokio Blues (Norwegian Wood). (Trad. Lourdes Porta)
México, Tusquets Editores (3a edición), 2011.
México, Tusquets Editores (3a edición), 2011.
Hoy viernes trece, día que
para algunos es de buena o mala suerte, según como se crea, me hace pensar en
el tema de los muertos. No de los zombis, no de los cuerpos petrificados o
calcinados, sino del poder de los muertos, de esos que ya no están pero están.
Pero ¿en dónde están? En lo más íntimo de las personas: en la mente.
Al estar leyendo en esta
novela sobre Naoko, la amiga de Watanabe que está en un centro de reposo con
problemas mentales, pensé en la fragilidad del pensamiento. El poder de la
mente es infinito. Tema que seguro hemos escuchado en varios lados: tv, radio o
leído en libros; donde nos dicen que nuestra
mente es un enigma y hay esfuerzos por saber cuál es su alcance. Yo estoy convencida
que la mente tiene un gran poder de construcción o destrucción.
“-Tienes demasiado miedo –dije-. A la oscuridad, a las pesadillas, al poder de los muertos. Lo que tú debes hacer es olvidarte de ellos. Si los olvidas, seguro que te recuperarás.”(p.198)
¿Un muerto tiene poder? En la
mente, sí. No puedo decir si fuera de ella porque no he tenido una experiencia
de ese tipo, nunca me han jalado las patas, pero en los recuerdos, las culpas,
la añoranza si es posible, son sus armas. Suena tenebroso pensar que una
persona pueda tener, después de morir, un poder tan grande como para destruir a
una persona, es más terrorífico que Chuki ¿o no? O que pueda ser tan
maravilloso un recuerdo que salve a alguien en una situación de desesperación.
Así que un vivo también pude estar
muerto en vida. Suena a una contradicción pero no lo es, porque en el momento
en que su mente sólo está con los muerto, con lo muerto -en lo que pasó- y se
olvida de su presente, está en el mundo de los muertos y no de los vivos. Su
cuerpo aquí, en el ahora, pero su mente haya en el inframundo.
No creo que haya un problema en recordar a nuestros muertos. Los mexicanos nos esmeramos en hacerlos cada dos de noviembre, pero cuando se vuelve algo enfermizo es cuando viene realmente el problema, aunque hay casos especiales, en donde uno puede entender el enloquecer, como cuando a una madre se le muere un hijo. Me imagino a un esposo comparando a su esposa todo el tiempo con lo que era la madre de este, que ya falleció. O un hijo pensando en su padre, atormentado, por los remordimientos de todo aquello que no le dio en vida. Casos muy diferentes a un hijo que recuerda momentos, frases, expresiones de sus abuelitos fallecidos y le hace esbozar una sonrisa. O de una viuda, que al recordar a su esposo militar, siente gran orgullo de lo que fue.
Pero ¿en verdad los muertos
tienen poder sobre los vivos? Podrías decir que según lo que he escrito, el
poder se lo damos nosotros, y en la mayoría de los casos es así. Pero hay
ejemplos que nos ponen a dudar, este es uno: El día que ayer al ver sonreír a
mi hijo y ver los hoyuelos que se le hacen en sus cachetitos, recordé de manera
súbita a mi amigo Jorge Sánchez. Pensé que era curioso que mi nene tuviera ese
rasgo que él tenía (cabe mencionar que en mi familia los únicos que los tienen
son mi mamá y mi bebé) y tuve un deja vu de lo que llegue a vivir con Jorge. Esto
fue en cuestión de segundos. El día de ahora, en la mañana, platicando con mi
papá del accidente de los estudiantes de Economía, ocurrido ayer, me preguntó
que cuándo era el aniversario luctuoso de Jorge. ¡Me quedé sorprendida con la
pregunta! porque yo pasé por alto el día, pero sin proponérmelo, lo recordé
ayer en la noche (12 de abril) y él cumplió nueve años de fallecido anteayer (11
de abril). ¿Será que se manifestó? Entonces te pregunto de nuevo: ¿los muertos
tienen poder? ¿O es sólo superstición?
Y por último te pregunto ¿Has
tenido alguna experiencia así con alguien querido fallecido? ¿Y tú quieres
estar en el mundo de los vivos o de los muertos? ¿En qué momentos y cómo
quieres ser recordad@? Esta es una decisión que uno puede tomar en vida.
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