Día 50
Lectura:
Flores Olea, Víctor: Tres historias de mujer. México, FCE, 1998.
Antes
de empezar con el comentario de la lectura, quiero expresarles mi alegría
porque, como ya se dieron cuanta seguramente, ¡llegué al día
50! No ha sido tarea
fácil, pero sé que apenas voy empezando el camino. Quiero agradecer a todas
aquellas personas que me visitan y leen, pero en especial a los que también se
toman un poco de su tiempo para escribirme algo.
¡Muchas gracias!
Con cariño Ruth
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El
bien y el mal. Lo correcto e incorrecto. Lo aceptable e inaceptable. Estos contrarios
que nos llevan a pensar qué es lo que nos conviene, lo que “debemos” hacer y lo
que no, como ya lo comenté anteriormente, esto está mayormente moderado por la sociedad,
las creencias, la cultura. El caso más claro de esto es Raquel, esta chica que
acaba de tomar sus votos de monja. Ella, como cualquier otra chica de su edad,
está descubriendo al mundo a través de sus ojos, de sus padres, de sus
allegados. Es libre como el viento, ama y dueña de adonde ir; esto gracias a la
libertad que su madre le dio y el alejamiento de su padre –porque trabaja
mucho-. Este al ver a su hija, en el menor de los actos, que lo calificó como
desliz, (imaginemos cómo se sintió al ver a su hija con un sirviente tomado de
la mano), la tacha como un ser maligno. El patriarcado se hace presente y toma
una decisión, leamos los motivos:
“[…]
Irás cuanto antes a un convento a salvarte; he decidido que tu vida la
consagres a la adoración de Dios, he tomado la resolución última de que
alcances la salvación de tu alma en la piedad del claustro, me ha auxiliado el
Señor haciéndome ver que la plegaria y el ruego son la porción más noble del
destino de tu vida, el Espíritu Santo me ha iluminado el alma confirmándome que
una hija mía, precisamente tú, Francisca Raquel de la Concepción, por la gracia
de los santos inocentes, habrás de procurar la salud de tu alma y la de todos
nosotros, de tu madre, de la mía, de los nuestros. […]” (p. 69)
He
aquí lo que quiero comentar en esta última ves sobre esta historia, don Santiago
se cree el mecías, el que tiene la gracia de oír los mandatos del cielo y que gracias
a su sacrificio, bueno, el de su hija, ”salvará” a toda su familia, así como a la
humanidad completa, gracias a él. ¿Cómo es posible que un padre crea esto?
Definitivamente no está movido por sus creencias religiosas, sino sólo por un egoísmo
ciego. Él lo que quiere es “curarse en salud”. Lavar sus culpas, sus propios
pecados a costilla de su hija. Moralmente este acto es reprobable (tal vez para
el siglo XVIII no, pero en la actualidad –hace pocos años- sí lo es), pero
¿cuántas personas no actuarán así? Que orillan a sus hijos a hacer y decir
cosas sólo por su beneficio.
Pienso
en un caso común en estos tiempos: un matrimonio en proceso de divorcio en
donde la mamá, o el papá, manipulan a los hijos para que estén a favor o en
contra, según les convenga. ¿Crees que miran por el bienestar de sus hijos? Definitivamente
no. ¿Don Santiago piensa en lo que mejor le conviene a su hija? No, sólo piensa
en él y nada más que en él. El egoísmo a su máxima expresión. Pero ¿cuánto don
Santiagos no existen entre nosotros? Con sólo viajar en el transporte público
te podrás dar cuenta de ello.
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