miércoles, 2 de mayo de 2012

El egoísmo es el fin de esta primera historia.


Día 50

Lectura: Flores Olea, Víctor: Tres historias de mujer. México, FCE, 1998.

Antes de empezar con el comentario de la lectura, quiero expresarles mi alegría porque, como ya se dieron cuanta seguramente, ¡llegué al día 50! No ha sido tarea fácil, pero sé que apenas voy empezando el camino. Quiero agradecer a todas aquellas personas que me visitan y leen, pero en especial a los que también se toman un poco de su tiempo para escribirme algo.

¡Muchas gracias!

Con cariño Ruth
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El bien y el mal. Lo correcto e incorrecto. Lo aceptable e inaceptable. Estos contrarios que nos llevan a pensar qué es lo que nos conviene, lo que “debemos” hacer y lo que no, como ya lo comenté anteriormente, esto está mayormente moderado por la sociedad, las creencias, la cultura. El caso más claro de esto es Raquel, esta chica que acaba de tomar sus votos de monja. Ella, como cualquier otra chica de su edad, está descubriendo al mundo a través de sus ojos, de sus padres, de sus allegados. Es libre como el viento, ama y dueña de adonde ir; esto gracias a la libertad que su madre le dio y el alejamiento de su padre –porque trabaja mucho-. Este al ver a su hija, en el menor de los actos, que lo calificó como desliz, (imaginemos cómo se sintió al ver a su hija con un sirviente tomado de la mano), la tacha como un ser maligno. El patriarcado se hace presente y toma una decisión, leamos los motivos:

“[…] Irás cuanto antes a un convento a salvarte; he decidido que tu vida la consagres a la adoración de Dios, he tomado la resolución última de que alcances la salvación de tu alma en la piedad del claustro, me ha auxiliado el Señor haciéndome ver que la plegaria y el ruego son la porción más noble del destino de tu vida, el Espíritu Santo me ha iluminado el alma confirmándome que una hija mía, precisamente tú, Francisca Raquel de la Concepción, por la gracia de los santos inocentes, habrás de procurar la salud de tu alma y la de todos nosotros, de tu madre, de la mía, de los nuestros. […]” (p. 69)

He aquí lo que quiero comentar en esta última ves sobre esta historia, don Santiago se cree el mecías, el que tiene la gracia de oír los mandatos del cielo y que gracias a su sacrificio, bueno, el de su hija, ”salvará” a toda su familia, así como a la humanidad completa, gracias a él. ¿Cómo es posible que un padre crea esto? Definitivamente no está movido por sus creencias religiosas, sino sólo por un egoísmo ciego. Él lo que quiere es “curarse en salud”. Lavar sus culpas, sus propios pecados a costilla de su hija. Moralmente este acto es reprobable (tal vez para el siglo XVIII no, pero en la actualidad –hace pocos años- sí lo es), pero ¿cuántas personas no actuarán así? Que orillan a sus hijos a hacer y decir cosas sólo por su beneficio.

Pienso en un caso común en estos tiempos: un matrimonio en proceso de divorcio en donde la mamá, o el papá, manipulan a los hijos para que estén a favor o en contra, según les convenga. ¿Crees que miran por el bienestar de sus hijos? Definitivamente no. ¿Don Santiago piensa en lo que mejor le conviene a su hija? No, sólo piensa en él y nada más que en él. El egoísmo a su máxima expresión. Pero ¿cuánto don Santiagos no existen entre nosotros? Con sólo viajar en el transporte público te podrás dar cuenta de ello.

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