Lectura:
Flores Olea, Víctor: Tres historias de mujer. México, FCE, 1998.
¿Alguna
vez has sentido sed de venganza? Que porque te enseñaron la lengua, que porque
la chica del salón no te dejó copiar de su examen, que tu mejor amig@ te bajó a
tu novi@, etc. Esto suena a venganzas
infantiles, y lo son. Esta actitud empieza así, con niñerías, pero si pensamos
que en la medida que vamos siendo “maduros” también somos más mal intencionados,
la actitud se hace peligrosa. No es lo mismo aventar a un compañero a la hora
del recreo, porque te hizo alguna maldad, a aventar a alguien con el propósito
de que se lesiones una extremidad (caso típico en los juegos de futbol).
“[…]
En ese tiempo, que quiso ser un tiempo de terrible venganzas, me sedujo la idea
de que nos acompañaras a Nueva York, a Daniel y a mí, pensando que podía
propiciarse una trampa diabólica, una maniobra vengativa y cruel que se anidó
en mi mente. […]” (p.230)
Locura
y sed de venganza van agarrados de la mano, porque en el momento en que
actuamos de forma impulsiva, la mente no está siendo analítica, sino que ganan
los impulsos, el arrebato. No pensamos, sólo queremos sentirnos vencedores, con
poder ante el otro, humillarlo.
Seguramente
también te ha pasado que después de un gran o pequeño acto de venganza, la
sensación “placentera” que creíamos sentir, no aparece. No sentimos esa gran
sensación. Pero, si lo platicamos con alguien de confianza la situación cambia,
ahí sí somos capaces de sentirnos grandes. Este gran círculo vicioso en donde
uno hace y el otro se venga y a la inversa, es eso: un gran círculo. ¿Cómo
salir de ello?
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