Día 113
Comentando lo que me despierta la
lectura de:
Elizondo, Salvador: Farabeuf. México,
FCE, Colección Popular (Séptima edición), 2009.
Elizondo, Salvador: Farabeuf. México,
FCE, Colección Popular (Séptima edición), 2009.
Que deseo de no morir, de tener,
retener todo lo vivido, lo visto, lo sentido, que gran desesperación al no
poder hacerlo, al tener que aceptar que inmortales no somos:
“La fotografía –dijo Farabeuf-
es una forma estática de la inmortalidad.” (p.28)
Una forma de tomar,
capturar, un poco de lo que ya no será pero fue, es por medio de la fotografía,
que puede llevarnos a revivir momentos de toda clase: agradables, desagradables,
comprometedores, evidentes. Por ellos, una imagen dice más que mil palabras,
porque es la inmovilización de un hecho que se vuelve inmortal y eterno, suspendido
en un pedazo de papel, que es y no es lo vivido. ¿Quién no desea recodar y ver
a seres queridos, y en especial esos momentos vividos a su lado? Pero así como
puede llevarnos a lo que queremos recordar, también a lo que no queremos, ya
sea porque nos trae imágenes desagradables o porque nos compromete, nos
evidencia.
Ejemplo perfecto para lo
anterior son las lastimosas, vergonzosas y claras imágenes, fotografías, de
nuestras recientes votaciones del 1 de julio de 2012. Para fortuna de muchos
mexicanos, estas evidencias son inmortales, claras, evidentes; pero para otros
es la evidencia de la total ilegalidad. Todo está bueno, mientras no quede en
sólo lo que es: una imagen al fin y al cabo.[1]
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