Día 235
Comentando lo que me
despierta la lectura de:
James, Henry: Otra vuelta de tuerca, Madrid, Unidad Editorial (Millenium, las 100 joyas del milenio), Trad. Domingo Santos, 1999.
James, Henry: Otra vuelta de tuerca, Madrid, Unidad Editorial (Millenium, las 100 joyas del milenio), Trad. Domingo Santos, 1999.
Llegando a la mitad
de esta interesante y tenebrosa novela, me encuentro con una serie de
personajes, empezando por el principal que es la institutriz hasta el dueño
ausente de la casa y familia, que son raras, es decir, que presentan actitudes
que me ponen en duda si están cuerdos o no, vivos o muertos, porque la línea entre
las acciones de alguien coherente y el que no lo es, es prácticamente nula en
un ambiente de misterio:
“[…]El momento se prolongó tanto que se
hubiera necesitado muy poco más para que yo empezara a dudar de si estaba viva. […]”(p.61)
Siento que gran parte
del libro pretende jugar con este tipo de sensaciones en el lector, como si el
escritor estuviera constantemente obligándome a poner atención a cada uno de
los instantes, palabra y/o situación. Mi actividad como lector no es aquí pasiva,
de sólo receptora, ya que desde el momento en que los personajes no se
presentan consistentes a todo momento en su actuar, me hace sentir que siempre
hay algo por saber, por descubrir.
Esta sensación la
tuve hace varios años con la obra de Juan Rulfo: Pedro Páramo, cuando llegó un momento en la obra que no sabía quién
estaba vivo y quién estaba muerto y en donde la trama, de momento parecía tan
confusa, que a mi mente le costaba trabajo articular, acomodar y entender la historia.
Así que si has leído esta obra que ahora leo, o la que acabo de comentar hace
un momento, me comprenderás; pero si no ha sido ninguna de las dos, no puedes
dejes de experimentarlo.[1]
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