Día 267
Comentando lo que me
despierta la lectura de:
Kundera, Milan: La insoportable levedad del ser, Barcelona,
RBA editores (Trad. Fernando de Valenzuela), 1993.
Kundera, Milan: La insoportable levedad del ser, Barcelona,
RBA editores (Trad. Fernando de Valenzuela), 1993.
Una madre que quiere
ser salvada por sus hijos, un hijo que quiere que le digan qué, cómo, cuándo y
dónde hacer o resolver algo, el novio o novia que desea que el otro le haga
sentirse bien, etc. El desear que otros resuelvan nuestros problemas, temores e
inquietudes es un quimera difícil de desatar:
“[…] ¡Alguien tiene
por fin que ayudarla! Tomás no va a ayudarla. Tomás la envía a la muerte.
¡Tiene que se otro quien le ayude¡” (p.152)
Pero ¿realmente depende
de los demás el curarnos el cuerpo o el alma? Del cuerpo tal vez los médicos y
del alma los psicólogos. El gran dilema es el sólo pensar que de otros depende
la recuperación a una necesidad. Como lo mencionaba al inicio, se me viene a la
mente el caso de una mamá que desea, con toda la buena intención del mundo, que
su hijo la ame, la haga sentirse buena madre, la compense de alguna forma. ¿Y
si eso no pasa, sino todo lo contrario? Seguramente la mamá pensará que en algo
falló y que por ello se merece un trato indigno, pero la realidad es que la
solución a nuestros problemas no tiene por que ser siempre los demás, y menos
si hablamos de cuestiones del alma.
Es fácil escribirlo,
pero cuando uno se enfrente a esta verdad, las cosas son muy distintas porque
estamos más de lo que imaginamos acostumbrados a deslindarnos de responsabilizarnos
y dejar que los demás nos resuelvan los problemas. No me cabe la menor duda que
la verdadera solución y medicina, en muchos de nuestros problemas, depende sólo
de una persona: Yo. [1]
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