Día 273
Comentando lo que me
despierta la lectura de:
Kundera, Milan: La insoportable levedad del ser, Barcelona,
RBA editores (Trad. Fernando de Valenzuela), 1993.
Kundera, Milan: La insoportable levedad del ser, Barcelona,
RBA editores (Trad. Fernando de Valenzuela), 1993.
En este planeta
llamado Tierra, vivimos y convivimos todo lo que entramos en la clasificación
de las especies en animal, vegetal, mineral, etc. Cada uno tiene sus propias características que
lo hacen parte de dicha especie; y aunque podemos decir que todos deben tener
algo en común, como puede ser que son, no deja de haber también grandes
diferencias. Pero si esto lo trasladamos a la especie animal, y en especial al
ser humano, la cosa diferencia biológicamente es mínima ya que lo que nos
diferencia entre ser hombre y mujer son los genitales: pene o vagina, y esto
parece hacer un gran abismo de diferencias en lo social. Biológicamente claro
que tenemos diferencias pero socialmente son mayores y más:
“[…] No hace más de
medio siglo era necesario dedicar a semejante conquista mucho tiempo (¡semanas
y hasta meses!), de modo que el período dedicado a la conquista era la medida
del valor de lo conquistado. Y aún hoy, aunque la época de conquista se ha
reducido enormemente, la sexualidad sigue siendo la caja de caudales en la que
está oculto el secreto del yo de la mujer.” (p.201)
Así que si hablamos del acto mismo sexual, el ocultar los
genitales, las cosas parecen ser sólo asunto social, aunque se ha descubierto
que algunas otras especies tiene actos de cortejo, pero en especial estas ideas
de que aquello que “cuesta más trabajo de conseguir, es más valioso” es una
regla que muchos hombres la llevan, la creen, porque así se las enseñaron, como
si el hecho de descubrir rápidamente (fácil es sinónimo aquí de rápido) los
genitales femeninos, hace que se desvalorice a la mujer misma, pierde su valía
ya no como ser biológico, sino social.
Esta idea está reforzada por muchas mujeres, madres, suegras,
hermanas, cuñadas, que dicen que si una mujer es “dejada” o “despreciada” por
el novio, galán o quelite es porque las “aflojó rápido”; así que toda la
responsabilidad cae sobre la mujeres y el hombre es justificado de sus actos
como si fuera parte natural de su ser el despreciar a otra de su misma especie
por el sólo hecho de dejarse tocar sus genitales.
Si los seres humanos nos jactamos de tener la capacidad de raciocinio,
deberíamos analizar de dónde vienen todas aquellas acciones que suenan más a mito
y prejuicio que a realidad; no con esto quiero decir que esté en contra ni de
la castidad, pero sí de que no sea por convicción sino por un rito social que
nos lleve al desprecio de aquellas que no lo son. Así que esto que parece algo
que solo se veía hace siglos resulta que es aún vigente, aunque parece por
suerte en menor cantidad.[1]
[1] La imagen fue tomada de http://de-avanzada.blogspot.mx/2012/07/salvaje-cinturon-de-castidad-en-la-india.html
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